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COLUMNA | Soliloquio

Felipe Flores

Muchos nos preguntamos si en realidad alguna vez fuimos ricos y de ser así, en qué momento dejamos de serlo. Hay muchas dudas también  sobre las razones por las que cada vez hay más pobres.

Todas esas interrogantes vuelven a surgir ahora debido a que por mucho tiempo prevaleció la creencia de que en verdad éramos un país rico y pródigo, aunque la realidad indica que esa presunta abundancia resultó ser un mito más, una utopía como las muchas a las que los mexicanos nos hemos tenido que acostumbrar.

Yo al menos tenía esa percepción desde niño, quizá porque en el salón de clases había un inmenso y colorido cartel con el dibujo de un cuerno de la abundancia que simulaba la silueta del territorio nacional. De ese mitológico cuerno surgían imágenes desbordadas para simbolizar la abundancia y la diversidad de nuestra riqueza.

Esa aparente opulencia ha estado presente también en el imaginario colectivo y hasta en el lenguaje popular. Ahí está, como ejemplo, la rola del poblano Alex Lora “Somos la raza más chida”, en la que el rockero literalmente alude que nuestro país tiene forma del cuerno de la abundancia y que en todo el mundo no existe nada igual.

Nadie cuestiona los valores que nos inculcan fortaleza y que insinúan sesgos de riqueza: un bagaje histórico y cultural inigualable, importante producción petrolera y minera, una industria diversificada y acceso a tecnologías de punta, además de figurar como uno de los principales exportadores del orbe en el sector agroalimentario y automotriz y disponer de  muy diversos y espléndidos centros turísticos.

Con todo ese patrimonio, ¿por qué entonces tenemos tantos pobres?

Técnicamente, los expertos explican que al menos en el decenio reciente, el país no crece porque hay poca inversión y eso deriva en baja producción y escasa oferta de empleo, lo que a su vez provoca que aumente la población en condiciones de pobreza, fenómeno social que no ha sido posible contener pese a inversiones millonarias.

Cualesquiera que sean las razones, lo verdaderamente cierto es que pobreza es sinónimo de desigualdad y en este sentido, las cifras oficiales dadas a conocer en la víspera son desoladoras.

De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), hay en el país 52.4 millones de pobres, equivalente al 41.9 de la población.

Y lo patético: en los diez años recientes, el número de pobres aumentó en el país en dos millones 936 mil 391 personas.

En su balance de medición de pobreza 2008-2018, el organismo reportó que 71.7 millones no tienen seguridad social, y que es éste uno de los retos para reducir la pobreza de manera estructural.

Además, el número de personas vulnerables o en riesgo de caer en pobreza aumentó en cuatro millones 104 mil 609 personas, lo que implicó que pasó de 41.2 a 45.3% de la población mexicana.

El informe subraya que las seis carencias sociales (educación, salud, seguridad social, calidad de vivienda, servicios básicos de vivienda y alimentación) tuvieron reducciones en el último decenio, en el que se destinaron casi 40 billones de pesos en desarrollo económico y social (165% del PIB).

En el balance, el caso de Puebla es de preocupación: según los mismos datos duros del CONEVAL, somos lo quinta entidad con el mayor porcentaje de pobreza, pese a que en la última década se han invertido casi 450 mil millones de pesos para combatir la marginación.

Y es que seis de cada 10 poblanos viven en marginación por no tener acceso a la canasta alimentaria y por no contar con los servicios básicos de salud.

Por otro lado, Puebla ocupa el lugar número siete entre las entidades con mayor carencia de espacios y vivienda y casi el 12 por ciento de la población tiene rezago educativo, por mencionar sólo algunos indicadores que fueros evaluados.

Todas estas cifras revelan una realidad también ineludible: si hay más personas en condiciones de pobreza que hace diez años, con todo y el crecimiento poblacional, los programas sociales aplicados han sido insuficientes y ello obliga a explorar nuevas y mejores alternativas.

Y ello representa una oportunidad inigualable para la administración estatal que ahora comienza y que, según se ha dicho, hará un esfuerzo monumental para diseñar estrategias que permitan generar oportunidades de trabajo en las zonas más alejadas de la entidad.

Se trata de innovar medidas inteligentes, con un correcto y honesto financiamiento. ¿Cuántos poblanos ya no serían pobres si les hubieran canalizado los millonarios recursos utilizados en proyectos suntuosos, como La Célula, Ciudad Modelo, los llamados C-5, el Museo Barroco, la Rueda “Estrella de Puebla” y el Teleférico, por citar ejemplos de recientes dispendios?

Urgen pues medidas prontas y efectivas a nivel nacional y en nuestra entidad, algo más que el mero asistencialismo, ya que de mantenerse la tendencia económica y social, combatir la pobreza en su totalidad y dejarla en cero nos llevaría, nada más… ¡175 años!

 

 

 

 

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