Las imágenes se suceden, un tráiler repleto de migrantes en busca de un sueño, un chofer que pierde el control de la unidad, el pesado vehículo volcándose a toda velocidad, al interior de la caja se escuchan los gritos y el pánico en la oscuridad, al final lo inevitable, la muerte.
Es Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, MÉXICO. Los muertos se cuentan por decenas, iban literalmente unos sobre otros en la caja de un tráiler, eran centroamericanos, aun no se definían todas las nacionalidades, y es que la misión de llevar los cadáveres de chicos y grandes a la morgue no era nada sencilla este jueves.
Lamentablemente no es una pesadilla, es la cruda realidad que cierra un ciclo de mala fortuna; nadie sale de casa para dejarlo todo atrás por un simple capricho, algo pasa, la pobreza, familias que escapan para evitar que la falta del pago de cuotas termine en el “reclutamiento” de los más pequeños del hogar para formar parte de las pandillas, de la delincuencia.
El Norte se ve tan lejos y llegando allá ¿qué? ¿el sueño americano los espera? En tiempos de pandemia la simple idea de migrar en multitud pareciera impensable, pero lo peor es que difícilmente hay un lugar para ellos.
Y ¿en México? pues tampoco hay grandes posibilidades ¿hay racismo? ¿clasismo? Las primeras caravanas que cruzaron el territorio nacional eran mejor recibidas, pero las exigencias tampoco fueron bien vistas por los mexicanos y la empatía disminuyó.
El flujo migratorio ya dejó atrás la pandemia, al menos en el imaginario, pero decenas que buscaban ese sueño simplemente salieron para encontrar la muerte, un destino marcado por la desgracia, pero ¿de quién es la culpa?
Ahora vienen la lluvia de condolencias presidenciales, que a nadie le sirven, al final, los cajones de muerto se producen en cadena y las palabras se las lleva el viento, el tiempo.
